00. Perú: Las lesbianas y el aborto
Por Verónica Ferrari (Lingüista y activista del MHOL)
¿Por qué existen tantas lesbianas activistas en pro de los derechos reproductivos de las mujeres (heterosexuales)? ¿Por qué existen tantas lesbianas trabajando a favor de la despenalización y la legalización del aborto? Creo que he conocido a más lesbianas como activistas pro aborto que como activistas de la causa LGTB.
Nunca me había hecho esas preguntas tan seriamente hasta que me uní a un colectivo que lucha porque las mujeres tengan acceso a información sobre aborto que les pueda salvar la vida. Información segura, gratuita y al alcance de todas. Información que toda mujer que tenga prácticas heterosexuales debe conocer. Un grupo del que estoy orgullosa de participar porque me parece la iniciativa feminista más potente de los últimos años: posibilitar que las mujeres manejen la información que las hará dueñas de sus vidas.
Es en ese momento en el que yo también replanteo mi posición frente a las mujeres que abortamos. Porque siempre, a pesar de que yo misma había pasado por un aborto, nunca le había prestado atención al tema. Lo miraba de una forma lejana y fría. Casi como si a mí misma no me hubiera pasado. Como si fuera algo de lo que no se tiene que hablar después de que sucede. Como si debiera quedar en el más triste de los olvidos.
Mi aborto no fue traumático y no me generó ningún sentimiento de culpa, excepto el de no haber tomado las medidas adecuadas para que no me embarazara. Es decir, yo me lamentaba del descuido de haberme embarazado teniendo yo las posibilidades y los recursos para acceder a información y métodos que pudieran protegerme, información y recursos que otras mujeres no tienen. Yo no me lamentaba y nunca me lamenté de abortar. Es más, me sentí muy bien de poder decidir lo que quería para mí.
Pero este es un tema que no hago público como sí hago público mi lesbianismo. Tal vez porque es un tema que está rodeado de una atmósfera más ominosa, oculta y compleja; y también porque carecemos de referentes. Ahora estamos familiarizados con todo lo LGTB a diario. Vemos en los noticieros noticias sobre la homosexualidad narradas por conductores homosexuales. Más tarde más conductores homosexuales. Y en la noche más programas con gente homosexual. La televisión peruana está llena de gente LGTB (claro, ninguna de esta gente es activista y creo que les importa muy poco si nos matan, nos humillan o no nos dejan vivir con todos los derechos que deberíamos tener. Tiene mucho que ver con la normalización que da el dinero o la clase social).
Pero del aborto no se habla si no es para acusar a las mujeres de desnaturalizadas o malas madres o para ver de vez en cuando el debate entre las feministas y los curas, o los políticos conservadores y los progresistas, y algún periodista que se cree neutral. Y ahí acabó el asunto. El debate se constriñe a unos cuantos actores y las actrices principales en esta película repetida nunca son tomadas en cuenta.
He visto cantidad de veces a personas LGTB salir del clóset, pero he visto a pocas mujeres hacer lo mismo sobre el aborto. Incluso yo solo lo hablo con mis amigxs más íntimos, aunque siempre he tenido la necesidad de hablar en primera persona sobre esto en cualquier parte. Parece que fuera un tema del que no se puede hablar en voz alta sino solo en pequeños grupos, en sitios cerrados o en espacios adecuados. A pesar de que, así como todxs conocemos a alguna persona LGTB, todas conocemos a alguien que ha abortado, si no son nuestras amigas, es algún familiar. Puede ser nuestra madre, nuestra tía, nuestra hermana, nuestra prima o nuestra hija. Cuando no, nosotras mismas.
Tiene mucho que ver en el silencio la culpa cristiana con la que se nos ha educado. El temor a Dios y al pecado. A pesar de que muchas de nosotras no creemos en ese Dios ni en ese pecado, sí vivimos con la culpa. Consciente o inconscientemente la vivimos, y eso nos hace guardar silencio. Y si nosotras, mujeres que hemos sido formadas para ayudar a otras mujeres a empoderarse y ser dueñas de sus vidas, nos avergonzamos y no lo hablamos, que será de aquellas que no han recibido esta formación.
Esta situación también tiene que ver con el discurso que se maneja de parte de la iglesia, los medios de comunicación y el Estado. No me voy a poner a discutir aquí sobre la vida, el niño o el asesinato. Esos discursos no me interesan, son los mismos que se usan siempre para imposibilitar que las mujeres sean dueñas de sus vidas, de sus cuerpos y de su futuro. Esos discursos solo nos hacen girar en círculos de los que no podemos escapar cuando mucha de la culpa que se nos inculca a nosotras debería recaer en un Estado inoperante y genocida que permite que las mujeres mueran por abortos clandestinos inseguros e insalubres, y en una iglesia que nunca ha permitido que las mujeres tomen las riendas de sus vidas (ni lo permitirá) y en una prensa superficial, machista y retrógrada. Estos discursos están construidos bajo una lógica medieval que de solo repetirlos me asquea.
Quizás un primer paso para transformar estos discursos es asumir que todas somos mujeres que abortamos, así como asumir que todas somos lesbianas, así no hayamos abortado, así no seamos lesbianas. Es solo un paso. Asumir que nada nos es ajeno puede originar una real transformación, una verdadera inclusión. Una mirada desde dentro y no superficial, como generalmente se asumen estas luchas por el aborto, puede generar un acercamiento más humano a una realidad vivida diariamente por las mujeres.
Pero ahora yo solo quiero hablar de por qué a mí no me es ajeno el tema, y por qué a muchas otras lesbianas tampoco.
Primero, porque somos biomujeres y no somos ajenas al hecho de embarazarnos de una u otra forma. El hecho de ser lesbianas no nos aleja de prácticas heterosexuales en algún momento de nuestras vidas o de convertirnos en madres querámoslo o no. Vivir como lesbianas tampoco nos protege de ver violentadas sexualmente.
Segundo está el hecho de que todo el tiempo han querido controlar nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestros deseos. Han querido convertirnos en heterosexuales haciéndonos creer que la heterosexualidad trae una serie de “beneficios” para las mujeres: legitimidad (ser mujer) y realización (ser esposa y madre). “Beneficios” que se logran, en muchos casos, luego de ceder y perder autonomía y libertad. El hecho de vivir una serie de opresiones para convertirnos en mujeres “verdaderas” desde la más tierna infancia hasta nuestra vejez hace que estemos más sensibilizadas con la problemática de todas las mujeres y más comprometidas que muchas otras en luchar porque las cosas cambien.
Tercero, muchas de nosotras vivimos nuestro lesbianismo de una forma política. Creemos que nuestras vidas son agentes de cambio, agentes que transgreden y subvierten el orden establecido. Vidas que construyen otros modelos desligados del sistema político heterosexual que condena a las mujeres a vivir subsumidas bajo un orden social machista, misógino y patriarcal que construye, produce y mantiene relaciones de género jerarquizadas, hegemónicas y desiguales que solo nos perjudican, lastiman y destruyen. Feminicidios, violaciones sexuales infantiles intrafamiliares, embarazos adolescentes, violaciones correctivas, crímenes de odio, abortos inseguros y clandestinos, acoso y chantaje sexual, lesbofobia, etc. El perverso sistema político heterosexual sigue siendo el más grande genocida de la vida de las mujeres. Y ahí se encuentra nuestra lucha más radical.
Es por eso que este 28 de setiembre, día de lucha por la despenalización del aborto, reafirmo mi identidad lésbica y mi compromiso con todas nosotras, las mujeres que abortamos. Soy una lesbiana que ha abortado y que también es madre, pero ninguno de las experiencias que he vivido me parece más importante que la otra. Todos me han servido para vivir en carne propia la experiencia de millones de mujeres en el mundo. Como lesbiana quiero un mundo en donde no tenga que esconderme ni morir por amar a otra mujer. Como mujer que ha abortado quiero un mundo en donde más mujeres puedan decidir sobre sí mismas sin injerencias ni imposiciones de ninguna clase. Como madre solo quiero que mi hija sea feliz si es lesbiana, si decide abortar o si desea ser madre. Y que nadie nunca pueda ejercer ningún poder sobre ella, sobre su vida, sobre sus decisiones, sobre su cuerpo, sobre sus deseos o sobre su futuro.