12. Violencia sexual, pandemia de la guerra

Danielle Kurtzleben (IPS) – El 19 de junio se cumplió un año desde que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la resolución 1820 para combatir la violencia sexual en situaciones de conflicto.

Tres expertos sobre el tema se reunieron en el Instituto de Paz de Estados Unidos (USIP, por sus siglas en inglés) para evaluar su implementación y considerar la mejor manera de prevenir este propagado delito.

La resolución marcó un paso importante en los esfuerzos de la ONU para tratar el problema. Anne-Marie Goetz, jefa asesora del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem), la elogió como una resolución novedosa, que vincula a la violencia sexual con más amplias preocupaciones sobre paz y seguridad.

«Por primera vez, el Consejo de Seguridad de la ONU reconoce que la violencia sexual sistemática puede ser una táctica de guerra, y porque es una táctica de guerra requiere de una respuesta de seguridad con políticas», afirmó Goetz, al hablar la semana pasada en el USIP.

Goetz estuvo acompañada de Neil Boothby, profesor de población clínica y salud familiar de la Universidad de Columbia, y Dara Kay Cohen, del Departamento de Ciencia Política en la Universidad de Stanford.

La resolución reconoce que la violencia sexual es propagada en zonas de conflicto, y que no es sólo un problema social. El texto señala que esta forma de agresión «puede exacerbar significativamente situaciones de crisis armadas y puede dificultar la restauración de la paz y seguridad internacionales».

Boothby, Goetz y Cohen intercambiaron puntos de vista sobre los desafíos de estudiar y combatir la violencia sexual y de género en zonas de conflicto, y presentaron nuevos avances sobre recolección de datos y análisis sobre los motivos de los perpetradores.

Los tres expertos lamentaron la falta de comprensión que existe del problema, y reconocieron que su prevalencia es particularmente difícil de estimar.

Conocer la frecuencia de las violaciones sexuales en un escenario bélico es difícil porque la víctima carga con un gran estigma. Por tanto, muchas veces el delito no es reportado a las autoridades, a investigadores o a observadores de la ONU.

Además, las violaciones en zonas de conflicto no siempre son cometidas por extraños, sino también por la pareja de la víctima. La violencia doméstica no es siempre denunciada por miedo a represalias.

Sin embargo, las víctimas comparten historias entre sí, y con esto en mente, Boothby aboga por lo que llama «método de barrio» para reunir información. Este sistema «opera bajo el supuesto de que las personas saben cuando sus vecinas han sido violadas o golpeadas».

«Necesitamos métodos capaces de intervenir en estas redes informales de información», continuó Boothby. Añadió que aunque las víctimas no denuncian sus casos oficialmente, hay ciertas formas indirectas de conocer la prevalencia del problema.

Por ejemplo, en un estudio hecho en el norte de Uganda, las mujeres consultadas «ubicaron la violencia de género como el problema número uno en sus vidas».

La resolución 1820 señala que «las mujeres y las niñas son blanco principal de la violencia sexual», pero los expertos indicaron que, llamativamente, ésta no siempre es perpetrada por hombres contra mujeres.

Cohen descubrió que, aunque menos común, hombres han sido víctimas de violencia sexual en situaciones de conflicto.

En la guerra civil de Sierra Leona, una cuarta parte del rebelde Frente Unido Revolucionario (RUF, por sus siglas en inglés) estaba integrada por mujeres, algunas de las cuales participaron en violaciones en grupo.

Entender quién comete esta violencia es importante, pero el por qué es crucial para efectivamente prevenir su propagación y su uso sistemático como táctica de guerra. Por tanto, Cohen se dedicó a investigar los motivos detrás de los agresores.

«La violencia sexual es un fenómeno usado como práctica de socialización, especialmente por combatientes que necesitan confiar entre ellos pero que no se conocen», indicó la experta, y sostuvo que los grupos armados cometen sistemáticas violaciones en grupo para crear cohesión entre sus miembros.

A pesar de que los casos más fáciles para prevenir y castigar son los que son «comandados, planeados y organizados» por la cúpula de los grupos armados, estos no son la norma.

Las consecuencias de la propagada violencia sexual tienen largo alcance. Primero que nada, están los efectos inmediatos de la humillación y degradación de las víctimas. Pero luego también se destacan las enfermedades sexualmente transmisibles, que afectan tanto a perpetradores como víctimas.

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud en 2004 concluyó que la prevalencia rural del VIH (virus de inmunodeficiencia adquirida, causante del sida) en Ruanda creció de uno por ciento en 1994, en el comienzo de la guerra civil, a 11 por ciento en 1997.

Las dificultades económicas con frecuencia acompañan a la violencia sexual en zonas de conflicto. Goetz señaló que el problema afecta a la producción de alimentos y a las ventas en áreas donde las mujeres tienen una importante actividad económica. Esto podría significar un importante obstáculo para los esfuerzos de reconstrucción, aunque es

un tema a estudiar. «Muy poco se conoce sobre cómo la violencia sexual afecta la reconstrucción y la recuperación en zonas de conflicto», lamentó Goetz.

http://www.p-es.org



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