17. Egipto: La agresión sexual como represión política, el caso de las mujeres en Plaza Tahrir
La revolución de las mujeres es un proceso imparable en Egipto. Sin embargo se enfrentan a un gran obstáculo, la violencia sexual de la que son víctimas en los espacios públicos. Según una investigación reciente, el 83% de las egipcias consultadas reconoce haber sufrido algún tipo de abuso sexual y un 46,1% dice padecerlo diariamente.
El pasado 22 de noviembre miles de personas salen en a la calle en Egipto para frenar el “decretazo” del presidente Mohamed Mursi y su posterior propuesta constitucional, no consensuada con la oposición. Me acerco a la plaza Tahrir a las seis de la tarde. Nunca había visto una manifestación tan multitudinaria. Me sorprende la tranquilidad del ambiente, a pesar de la tensión de las circunstancias. Gente de todas las edades, géneros y clases sociales con un objetivo común: que los hermanos musulmanes no terminen por instaurar otra dictadura. “El gobierno ha sido elegido tras unas elecciones democráticas que la gente exigió en la calle” me dice Weam, un amigo egipcio de 30 años que afirma que “Mursi ha traicionado incluso a los que le votaron”.
Como reacción, partidarios del gobierno convocan contramanifestaciones y la violencia se desata en las calles de las principales ciudades del país. Muchos piensan que están detrás de los numerosos casos de acoso sexual colectivo durante las protestas, con grupos de hombres sospechosamente organizados que se confunden entre los manifestantes. “Hay acoso sexual en la sociedad, pero desde 2011 hemos sido testigos de muchos ataques y hay señales inequívocas de que nos enfrentamos a algo organizado”, afirma la activista y realizadora egipcia Salma Tarzi, portavoz de una plataforma contra el acoso sexual en la plaza. “Todo empieza con un grupo de 20 ó 30 hombres que rodean a la mujer y le arrancan la ropa. Algo ocurre en las mentes de la gente y termina siendo una multitud ansiosa por ver qué pasa, sacar fotos o vídeos o participar directamente.” En este vídeo, realizado por el colectivo de periodismo ciudadano Mosireen, testigos presenciales denuncian lo ocurrido.
“El pasado noviembre”, dice Tarzi, “un grupo de activistas decidimos empezar a organizarnos contra estos ataques. Abrimos una línea telefónica para atender denuncias y nos distribuimos en grupos por los diferentes lugares donde más ataques se habían registrado.” Recorrieron la plaza y calles adyacentes con camisetas con el lema Contra el acoso sexual: por una plaza segura para todo el mundo, informando y facilitando el número de emergencia. “El primer día comenzamos a las doce de la mañana, ya que había convocadas marchas desde diferentes puntos de la ciudad. La plaza estuvo llena durante todo el día, pero no hubo ni una sola llamada hasta las siete de la tarde. Cuando el teléfono empezó a sonar, no paró hasta las nueve denunciando el mismo tipo de ataque”.
En manifestaciones tan masivas como las que están teniendo lugar en Cairo no es fácil prevenir estas situaciones. “Al principio, no teníamos suficientes voluntarios,” continúa Tarzi, “así que llegábamos siempre cuando la agresión estaba ya produciéndose y tratábamos de sacar a la persona agredida de entre la multitud.” Una vez a salvo, otro grupo trata de confortar a las mujeres atacadas y acompañarlas al hospital. “Intentamos que sean otras mujeres, porque sabemos que, tras pasar algo así, no es fácil confiar en un desconocido.” Hay organizaciones colaborando que facilitan también apoyo psicológico profesional para superar el trauma.
Organizaciones, colectivos y más de cien voluntarios se suman a esta acción conjunta contra el acoso sexual, como Nazra for Feminists Studies o Fouada Watch, convencidas de que se trata de una batalla importante por la conquista del espacio público para las mujeres egipcias. “Nuestros derechos no son nunca una prioridad y ya estamos hartas”, afirma Tarzi.
De la mirada incómoda al test de virginidad
Tras diez meses en Cairo, me he dado cuenta de que mi actitud cuando camino por la calle o me siento en un café ha cambiado. De manera inconsciente, he incorporado la costumbre de evitar el contacto visual con la gente. No tardé mucho en advertir que las miradas de muchos hombres buscan directamente que me sienta incómoda, llegando a conseguirlo si la cosa se prolonga. Son miradas desafiantes que no se dan por vencidas hasta que una baja la cabeza. Si muestras tu incomodidad o dices algo, no provocarás más que una sonrisa y habrán conseguido lo buscaban: demostrarte que el espacio público no es tuyo y que hacerte sentir amenazada es tan fácil como eso.
Para Nermeen, una cairota de 24 años, los comentarios vejatorios de tipo sexual cuando camina por la calle han dejado de ser algo molesto, porque “si dejo que me afecten, terminaría por quedarme en casa y deprimirme”. Al principio, pensaba que podría evitarlo vistiendo de una determinada manera, pero “me he dado cuenta de que hasta las que llevan niqab (el rostro cubierto) son objeto de comentarios, así que, si eres mujer aquí, no queda más remedio que aguantar”.
El acoso sexual en Egipto forma parte de la vida diaria de cualquier mujer en todas sus formas imaginables, tanto en el espacio público como en el privado. Según una investigación reciente de la organización Egyptian Center for Women’s Rights, el 83% de las mujeres egipcias consultadas reconocen haber sufrido algún tipo de abuso sexual y un 46,1% dice padecerlo diariamente.
La moral tradicional, bien arraigada en la sociedad egipcia, siempre va a poner en duda en primer lugar “lo adecuado” del comportamiento de la víctima. “En los últimos años una moral religiosa muy conservadora ha ganado terreno, haciendo gran hincapié en la represión sexual a través del cuerpo de las mujeres” comenta Tarzi. El mismo estudio refleja que el 62% de los hombres entrevistados reconoce haber acosado sexualmente a mujeres y el 53% las culpa a ellas de este comportamiento, bien por su vestimenta provocativa bien por su atractivo físico, declarando incluso en algunos casos que ellas buscaban ser acosadas.
Muchas de estas agresiones son perpetradas por las propias autoridades policiales y militares, como las supuestas “pruebas de virginidad” que se hicieron masivamente a las detenidas durante las protestas en 2011 con la excusa de protegerlas de ser violadas en prisión. Estas pruebas eran realizadas frente a los soldados, convirtiéndose en agresiones sexuales colectivas. Según un informe de Amnistía Internacional, las detenidas declararon que los soldados “las habían golpeado y les habían practicado registros corporales sin ropa y administrado descargas eléctricas. Se obligó después a las mujeres a someterse a pruebas de virginidad sumamente invasivas y se las amenazó con ser acusadas formalmente de prostitución”.
Aunque el ejército lo negó todo en un principio, un general declaró meses más tarde a CNN que “las chicas detenidas no eran como tu hija o la mía. Eran chicas que estaban acampadas con hombres en la plaza Tahrir, en cuyas tiendas de campaña encontramos cócteles molotov y drogas. (…) Ninguna de ellas era virgen”. En un contexto como éste, no es difícil imaginar que la agresión sexual pueda ser utilizada como estrategia de represión en un momento en el que el futuro del país se está jugando en las calles.
Precarias herramientas legales contra el acoso sexual
Todos estos factores contribuyen a que la gravedad de la situación no se vea reflejada en cifras oficiales, facilitando que esta realidad sea negada por las autoridades competentes. Las propuestas de la sociedad civil para que la legislación proteja a las mujeres son sistemáticamente rechazadas.
Las mujeres que han sufrido agresiones sexuales graves no esperan que denunciar les aporte ninguna solución ya que el simple hecho de hacerlo público podría causarles más problemas a ellas que a los agresores. Salma Tarzi aclara que no tratan de denunciar las agresiones en la plaza porque “no confiamos en la policía y porque no es fácil identificar a los agresores en grupos tan grandes, cuando no sabes quien está tocando, pegando o grabando entre la muchedumbre. Nuestro objetivo es ayudar a la mujer agredida.”
De acuerdo con la ley egipcia en vigor, hay tres clases de agresión sexual tipificadas: la violación, el exhibicionismo y todo lo demás, desde tocamientos hasta sexo anal, que es penado más levemente. Sólo se considera violación cuando el agresor penetra vaginalmente con el pene. “Nuestro objetivo es redefinir el concepto legal de violación” explica Tarzi. La virginidad previa al ataque de la víctima, si ésta no está casada, es también puesta sobre la mesa, ya que el sexo fuera del matrimonio es ilegal en Egipto.
El gobierno islamista del presidente Mursi y su propuesta constitucional parecen empeorar la situación. Según el artículo 36 «el Estado se compromete a tomar todas las medidas constitucionales y ejecutivas necesarias para garantizar la igualdad de las mujeres y los hombres en todos los ámbitos de la vida política, cultural, económica y social, sin contradecir los preceptos de la ley islámica», además de “garantizar un equilibrio entre las responsabilidades familiares de la mujer y su trabajo en la sociedad». Infinidad de organizaciones, partidos políticos y voces críticas han expresado su profunda preocupación ante esta declaración de intenciones, según la cual los derechos de las mujeres, ya precarios, podrían limitarse aun más.
En los últimos años, la sociedad civil egipcia ha comenzado a organizarse y a romper el silencio. Numerosas iniciativas contra el acoso sexual han iniciado campañas de sensibilización, protección y apoyo a las mujeres que lo sufren, sacando el debate a la calle y a la agenda mediática. Por ejemplo, el wikimapa Harassmap.org, cartografía on line que facilita las denuncias anónimas, o la campaña de sensibilización Graffiti 7arimi, del colectivo artistas del graffiti NooNeswa, para recordar a las mujeres sometidas a pruebas de virginidad en 2011. Afortunadamente, las egipcias parecen no estar dispuestas a que ninguna revolución posponga de nuevo sus derechos y libertades.
Fuente: Feminicidio.net (Por Paula Gómez de la Fuente).