La historia secreta de las «343 mujerzuelas»
Traducción: Ximena Salazar [1] A continuación presentamos la traducción de un artículo publicado en el “Nouvel Observateur” el 30 de marzo de 2006, vinculado a la historia de la lucha por la despenalización del aborto en Francia. Vale la pena leerlo y aprender de la historia.
A riesgo de decepcionar, hay que admitir: las «343 mujerzuelas» deben su éxito a un hombre. Todo un bastardo que, delicadamente fomentó la rebelión. Un hombre sin el cual nada habría sido posible: Jean Moreau, ex integrante del «Observateur», es el padre olvidado del manifiesto sobre el aborto.
Treinta y cinco años más tarde, él se ríe al teléfono: todo esto se ve muy lejano; a él nunca le gustó la gloria. Perturbamos su remanso de paz rodeado de libros y pinturas. Es un pequeño hombre en jeans, de desvanecidos ojos azules y una sonrisa traviesa que nunca se apaga. «He hecho cosas estúpidas en mi vida; ésta no me molesta demasiado”.
El temor de que el vientre se infle
Jean Moreau era el bocotas del «Observateur», el eterno rebelde. Un periodista, de los que ya no se hacen más. Este hijo de mecánico comenzó en el centro de documentación del «Express» antes de dirigir el periódico de Jean Daniel. Una especie de Zébulon [2], amigo de Sartre y de Glucksmann, una CGTista [3] apreciado por sus jefes, que pasó su vida en las fábricas, en las manifestaciones en los bulevares, distribuyendo la revista «La cause du peuple” [4] (La causa del pueblo).
Jean era aquel con quien nos encantaba rehacer el mundo, aquel a quien recurríamos para contar nuestra vida. Especialmente las mujeres. Ellas se sentían en confianza, este hombre había leído y re-leído «El segundo sexo» [5]. Ellas le podían contar todo: el amor a menudo empañado por la falta de imprudencia, el placer vigilado, el miedo obsesivo del vientre que se infla.
Tener el hijo o desafiar la ley
Desde la prehistoria para la generación más joven… sin embargo, no está tan lejos. A finales de 1960, principios de 1970, se abogaba por el amor libre sin tener los medios. A pesar de la ley Neuwirth sobre la anticoncepción y las campañas de información sobre la Planificación de la Familia, sólo el 6% de las mujeres tomaban la píldora. «Ici Paris» y «France Dimanche», afirmaban, entonces, que era peligrosa e ineficaz. Hacíamos el amor, rezando para que no sucediera… Aquellas que terminaban en cinta tenían sólo una opción: quedarse con el niño o desafiar la ley.
Las privilegiadas partían a Gran Bretaña o a Suiza. Encontraban en su círculo social a un médico que, por una tarifa, accedía a hacer el trabajo sucio. Otras hacían manualidades con agujas de tejer, sondas o lavados con lejía… Muchas perdían su fecundidad y, una entre mil perdía la vida. Después de años de silencio, la opinión pública descubre el horror de los abortos clandestinos gracias, notablemente, a las feministas.
El MLF (Movimiento de Liberación Femenina) quería volar todo por los aires
Fueron inicialmente un puñado de jóvenes profesoras, estudiantes, provenientes del cobrado impulso de Mayo-68. En el MLF, queríamos joderlo todo, el capitalismo, el patriarcado… En ese momento, las «hermanas» norteamericanas quemaban sus sostenes en las calles de Nueva York. En Francia tartamudeaban, pero sus acciones comenzaron a hacer ruido: una corona de flores puesta, en agosto de 1970, en memoria de la esposa del soldado desconocido, las batallas campales contra las fuerzas anti-aborto del profesor Lejeune, un célebre lanzamiento de excremento vacuno en los cuarteles generales de la revista «Elle».
«Amazonas inquietantes con la nuca afeitada y los hombros anchos invadieron cóctel» escribió luego «Le Figaro». Se distribuyeron cuestionarios, ya que el aborto no estaba en la agenda del día: «¿Cuando estás embarazada y no deseas tener al niño, preferirías: las agujas de tejer, la rama de vid, el alambre de púas, el cobre, el latón?». Ellas estaban fuertemente comprometidas con MLF, ellas hablaban de la maternidad como una esclavitud, y del embarazo como de un tumor.
«Algo pasa en mi vientre»
Nadie podría hoy en día escuchar a las chicas gritando «algo pasa en mi cuerpo, un crecimiento, un proceso biológico que es intolerable para mí, así que lo quiero fuera de allí… por desgracia, se me dijo que allí hay un futuro ser humano que pertenece a la colectividad. Que la colectividad haga los huevos, que los fecunde y que vomite por las mañanas… »
Era eso necesario para luchar contra esos católicos, esos desgraciados, esos machos. Al otro lado no se tejían encajes. Los militantes de “Permítanles Vivir” hacían subir a un joven discapacitado al estrado y le preguntaban ¿Entonces no estás feliz de vivir? Un centenar de personalidades en contra de la ley Peyret (que proponía la legalización del aborto en ciertas circunstancias, en los casos de violación o incesto, por ejemplo) protestaron en el otoño de 1970 «el intento de legalizar el asesinato, es el primer paso hacia el exterminio ideológico, que luego de los bebés tendrá por objetivos a los discapacitados, los impotentes, los débiles mentales y los vagabundos…”.
«En esa época todo era posible, estábamos cambiando el mundo» En el verano de 1970, Francia se destripa y Jean Moreau mastica. Las encuestas muestran que dos tercios de las mujeres ya están a favor del aborto, tenemos que encontrar la manera de hacerlas triunfar. Moreau observaba con Sartre y «La Cause du Peuple», la forma en que los poderes públicos se arrodillaban frente a las celebridades… “Métanse esto en la cabeza”, insiste hoy en día. “En esa época todo era posible, estábamos cambiando el mundo”. La genial idea le vino una noche de junio: y si las mujeres conocidas admitieran públicamente que han abortado… ¿Quién se atrevería a perseguirlas? Pondríamos a las autoridades contra la pared.
Jean Moreau prepara el golpe suavemente con una amiga de la redacción, Nicole Muchnik. Se reúnen en el café de la rue d’Aboukir con las mujeres del MLF. «La idea tenía buena pinta”, recuerda una de las fundadoras del movimiento, Anne Zelensky, en esa época profesora de español (Historia de vida. Memorias de una feminista, Calmann- Levy, 2005). “Pero teníamos que debatir entre nosotras”. Horas de discusiones… la mayoría de las mujeres no quería saber nada de un llamado a las “estrellas”, ni una colaboración con la «prensa burguesa». Pero no era cuestión de comprometerse.
Simone de Beauvoir: «Las voy a ayudar»
«¡Sucios coños, grita Mafra, la correligionaria de Anne Zelensky, les vomito encima, sarta de burguesas. Ustedes siempre podrían pagarse un aborto!”. Un pequeño grupo decide, no obstante, poner a prueba la idea con Simone de Beauvoir. El icono del feminismo francés las recibe en su dúplex de la calle Schoelcher. La “Castor” [6], con sus pequeños ojos azules, con su moño impecable, fue, como siempre, directo al grano: «Bueno, me parece muy buena la idea y voy a ayudarlas».
Primer paso: escribir el «Manifiesto». En el pequeño grupo fundador, la escritora Christiane Rochefort y la actriz Christiane Dancourt abogan por una sola frase. «Yo tuve un aborto». ¿Deberíamos ser más reivindicativas? ¿Deberíamos incluir a los hombres? Circuló una versión que comenzaba con: «Declaro haber sido cómplice en el aborto de una mujer…», firmado por François Truffaut y Sami Frey. Pero es Simone de Beauvoir quien escribió la versión final. Unas pocas frases lo dicen todo: «Un millón de mujeres se hacen abortos cada año en Francia; lo hacen en condiciones peligrosas… Silenciamos a estos millones de mujeres. Declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado».
Marguerite Duras, Françoise Sagan, Jeanne Moreau, pero no Françoise Giroud
La recolección de firmas se inicia. Castor, Christiane Rochefort, que había estado durante mucho tiempo a cargo de las relaciones públicas del Festival de Cine de Cannes, y Christiane Dancourt abren sus libretas de direcciones. «Me puse en contacto Micheline Presle que firmó de inmediato y me dio el número de Françoise Fabian, recuerda la actriz. Llamé a Loleh Bellon, que, a su vez se comprometió». A cada momento, horas en el teléfono, la dolorosa historia de una hermana, una amiga, una vecina…
Las firmantes fluyen, aquellas que han experimentado la agonía y las que se involucran por mera solidaridad. Nombres prestigiosos: Delphine Seyrig, Marguerite Duras, Francoise Sagan, Bulle Ogier… Jeanne Moreau, la abogada Gisèle Halimi, todas las amantes de Sartre y de Castor, y decenas de desconocidas, profesoras, artistas, periodistas…
«L’Observateur» se moviliza El conjunto de mujeres cultivadas, de vida cómoda, burguesas le siguen reclamando a las mujeres del MLF que se niegan hasta el último minuto a llegar a un acuerdo con las «estrellas sucias». Pero ahí tienen que ellas solas pueden ahora hablar sin miedo e interpelar realmente a la opinión. Todas estas firmas… Jean Moreau no da marcha atrás, va a ver a Jean Daniel. «Esperé hasta el último momento, las zanahorias estaban cocidas” dice. Inmediatamente él se adhirió, siempre tuvo un toque increíble».
Jean Daniel: «Yo debí enfrentar el bulto. Ellas me veían como un reaccionario».
Además de algunas palabras amables de Olivier Todd sobre «la élite del aborto en todo París» la redacción parece entusiasta. Cada uno aporta su firma, la de una amiga, una esposa. «L’Observateur» se moviliza, pero las mujeres del «Manifiesto» todavía no están seguras de confiar su tesoro de guerra al periódico. Hablan con “Le Monde”, con «Politique Hebdo”… Simone de Beauvoir contacta a Pierre Lazareff, director de «France Soir», quien declinó la oferta. Se deciden por el «Observateur» pero manteniéndolo bajo control. Las mujeres del MLF no quieren ser censuradas.
«Tenía un poco de temor de que las mujeres hicieran un burdel», se divierte Jean Moreau. “Como de costumbre hicieron su número: provocación, gritos, de pie sobre las tablas, que querían todo el diario para ellas”. «Tuve que hacer frente a este bulto”, recuerda Jean Daniel, “Algunas eran insultantes”. Ellas me veían como un reaccionario al servicio del sistema capitalista masculino. Yo siempre he pensado que la revolución feminista era lo más importante de todo…». Después de horas de negociación, el director de «Observateur» se comprometió a publicar los nombres completos de todas las firmantes y el MLF ofrece un titular a toda página que decía «nuestro vientre depende de nosotros».
5 de abril de 1971, «Le Nouvel Observateur» publica una «Lista de las 343 francesas que tuvieron el coraje de firmar el manifiesto: “yo me hice un aborto”. Fueron 343 porque era necesario parar en algún momento. «En realidad fueron 342, confiesa una ex amante de Sartre, Liliane Siegel. Aparezco dos veces en la lista. En ese momento, yo era un profesora de yoga, y me aconsejaron mantener mi nombre de soltera, a fin de no correr el riesgo de perder a mis clientes». Jean Moreau pasó horas cotejando la lista para evitar las trampas de las amigas del MLF, que colocaron la firma de Françoise Hardy y Sheila, sin consultarles.
Catherine Deneuve amenaza con demandar al periódico
Al día siguiente, el abogado de Catherine Deneuve amenaza al periódico con demandarlo. La actriz, en ese momento se encontraba filmando en Hollywood, descubrió en un «Los Angeles Times», una fotografía suya al lado del texto del «Manifiesto». Ella había finalmente firmado durante una fiesta en casa de Nadine Trintignant.
La prensa del mundo entero habla de «Observateur» y de las «343 mujerzuelas», de acuerdo a la expresión del famoso Cabu en «Charlie Hebdo». En Japón, Italia, Alemania, donde la revista «Stern» retoma la idea dos meses más tarde, con la ayuda de Romy Schneider. En Francia, los periódicos de derecha disparan contra el manifiesto como «los culos ensangrentados». «Le monde», titula el 6 de abril como “La Fecha” a pesar de los conflictos de Andre Fontaine, «a riesgo de parecer sentimental o pasado de moda» juzga «la idea inhumana que puede venir algún día de encontrar demasiado trivial que una mujer se haga sacar el hijo por nacer como si se sacara una muela que le duele…”.
La justicia se queda muda
Pero para el «Observateur» y las feministas, la apuesta se ganó. La justicia se queda muda: ni el diario, ni las firmantes fueron procesados. En el proceso, las mujeres del MLF con Gisèle Halimi a la cabeza crean la asociación “Elegir” y escriben sobre «El poder del Coño» o “las recetas de una buena masturbación”.
El periódico se ahoga en cartas. Felicitaciones, nuevas firmas, como las de Simone Signoret, médicos y muchos que publican el 3 de mayo en el “Observateur» su propio manifiesto. Evidencia conmovedora de hombres y mujeres contra el mercado de “ángeles abortistas” y de la “chatarra apresuradamente improvisada»: dolor de todos los embarazos no deseados.
El Manifiesto de la vergüenza
«Espero un octavo niño, y lo detesto. Me atosigan de calmantes, pero ya no puedo más. Ya no creo más en Dios», escribe una lectora. Otra: «Tengo dos hijas y no les deseo la juventud que yo tuve”. Las plumas arrojan también su disgusto contra el “observateur” enemigo de Francia, «amigo de las putas» y asesinos. ¿Y la moral, y el «no matarás»? Manifiesto de la vergüenza, que «desafia la moral y la familia», se queja un ginecólogo de la ciudad de Aix. «Ingenuamente, yo creía que se necesitan dos para hacer un niño. Qué estupidez” – ironiza el padre Marc Oraison – “con un buen consolador, una reserva de esperma y una jeringa… ¡La mujer ha sido finalmente liberada!».
Aún quedaba camino por recorrer. Jean Moreau, durante más de un año, fue abrumado con llamadas desesperadas de las lectoras. Pedían ser escuchadas y direcciones dónde abortar. «Llené cada semana un avión a Londres», confiesa el ex jefe. Un día, una voz británica lo llamó: «Gracias, nos envía un gran número de personas, ¿dónde debemos depositarle el dinero?». Jean Moreau declinó la oferta, otros no tuvieron tales escrúpulos. El lucrativo comercio duraría aún unos pocos años.
1974: El parlamento vota la legalización del aborto
Después del «Manifiesto de las 343″ y la cobertura mediática del juicio de Bobigny, el Parlamento votó en diciembre de 1974, la legalización del aborto. Desde entonces, el número de abortos se ha estabilizado en torno a 200.000 al año, evidencia de que, a pesar de todas las predicciones apocalípticas de la época, el aborto no es considerado como un método anticonceptivo; sino que hay mucho por hacer en relación a la educación sexual. Los tiempos cambian.
Hoy en día, irónicamente, las feministas jóvenes están circulando una petición para que se les deje de llamar las “343 mujerzuelas». “¡Estupideces!” se desespera Jeanne Moreau que mantiene a cualquier precio, permanecer siendo una de ellas». Las nuevas se equivocan a veces de lucha, sus voces no muestran guerra. Para las jóvenes de hoy en día el feminismo está superado. Niñas mimadas que tienen la píldora del día siguiente en la enfermería de la universidad… Sus mayores observan, intrigadas, a esta nueva generación que parece encontrar su felicidad en la maternidad.
Hay que decirles a las jóvenes que es necesario continuar
«Bueno” – suspira la fotógrafa Catalina Deudon – “era por eso que luchábamos, por una maternidad elegida, es decir una maternidad feliz. Pero también luchábamos por el derecho a ser una mujer sin ser madre. Y eso es indecible hoy en día». Las ancianas, sueñan otros manifiestos por la igualdad de género y la construcción de guarderías abiertas las 24 horas. Les gustaría decirles a las jóvenes que es necesario continuar. Nada está dicho. Allá en Dakota (EE.UU.), los fanáticos les están negando nuevamente a las mujeres el derecho de abortar. Un día tal vez conviertan a todos los Estados Unidos… El mundo siempre necesitará putas que no retrocedan.
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Notas
[1] Tomado de: http://tempsreel.nouvelobs.com/viol…[2] Algo así como un Quijote.
[3] Partidario de la Central de Trabajadores de Francia (Centrale Generale de Travailleurs).
[4] Diario Francés de Izquierda creado en 1968 hasta 1973 fue dirigido por Jean Paul Sartre.
[5] Obra emblemática de la primera ola del feminismo escrita por Simone de Bauvoir.
[6] Ese era el apodo con que conocían a “Simone de Bauvoir”.