La unión civil y la familia ¿natural?
Por Angélica Motta
En los debates generados por la propuesta de ley de unión civil entre personas del mismo sexo un argumento se repite una y otra vez por parte de los sectores conservadores, opositores a la iniciativa, en un intento de zanjar el debate de manera definitiva: la ley sería un atentado contra lo que proclaman como “familia natural”, entendida como: heterosexual, monógama y organizada en función de la reproducción de la especie.
La construcción de nociones fijas y cerradas de “naturaleza humana” es una estrategia ideológica común (y peligrosa) en el intento de justificar y preservar ordenes sociales jerárquicos. Políticas racistas han solido erguirse sobre ideologías relativas a la “naturaleza” diferenciada de grupos humanos para justificar atrocidades como limpiezas raciales, esclavitud, saqueos, entre otros. Estas ideologías han tomado forma de discurso religioso, como cuando aquí, en el Perú colonial, se argumentó que los indios carecían de alma para justificar el trato inhumano al que fueron sometidos; o también tomaron la forma de discurso científico, como es el caso del racismo científico desarrollado en la Alemania nazi, con el que a la vez que se justificaba la supuesta superioridad de la “raza aria” y los afanes imperialistas alemanes, se justificaba el exterminio de poblaciones judías, gitanas y, por cierto, también homosexuales.
Las diferencias entre hombres y mujeres también se han intentado anclar en la “naturaleza” como justificación última para mantener a las mujeres en roles delimitados. Así, por ejemplo, en el año 1912, Pierre de Coubertin, el fundador de las olimpíadas modernas, inicialmente prohibidas a mujeres, señaló que “el deporte femenino es contrario a las leyes de la naturaleza» [1]. En esta misma época, en Estados Unidos, en una escena científica teñida de este tipo de sentido común, se discutía si las feministas que se levantaron a favor del voto femenino eran resultado de un sinsentido evolutivo o de una anomalía embrionaria, a fin de determinar qué tipo de “desviación” en la “naturaleza” femenina sustentaba su deseo de participar en la vida pública [2]. Asimismo, en el Perú, en los debates parlamentarios [3] sobre el voto de las mujeres (entre los años 1931 y 1932), fueron frecuentes argumentos opositores referidos a la “naturaleza” femenina, entendida como correspondiente únicamente al cuidado del hogar y la familia.
Ahora se trata de la unión civil entre personas del mismo sexo, propuesta de ley que le reconocería un cierto grado de legitimidad a uniones/formas de familia no heterosexuales. Ante el pánico que esto suscita entre sectores conservadores que se aferran a viejas jerarquías, resucitan una vez más ideologías anacrónicas sobre una supuesta naturaleza humana fija y cerrada al cambio.
En un par de ocasiones a lo largo de este debate se ha mencionado a la antropología como una suerte de justificación científica para definir lo que se supone es la naturaleza última de la sexualidad y la familia. Habría entonces que recordar que, si algo demuestra la larga tradición antropológica en estudios sobre sexualidad, parentesco y familia, es la diversidad como característica fundamental de las formas de organización de las sociedades humanas a este respecto.
Homosexualidad, heterosexualidad y bisexualidad, en multiplicidad de expresiones y con diversos grados de institucionalización, aceptación o prohibición, forman parte de la experiencia de la mayor parte de culturas y sociedades en espacio y tiempo. En algunas sociedades la experimentación de prácticas homosexuales ha sido reconocida como legítima en determinadas etapas de la vida, en circunstancias cotidianas o rituales; en otras, ha sido el fundamento para la definición de identidades más permanentes (reconocidas como legítimas, patológicas o hasta motivo de pena de muerte).
Formas particulares de unión/matrimonio entre personas del mismo sexo, además de haber sido reconocidas por las legislaciones de más de una decena de Estados modernos, se han registrado en contextos histórico- culturales tan diferentes como las antiguas Grecia y Roma, donde las uniones entre hombres no eran raras. De la misma manera, en sociedades africanas patrilineales como, por ejemplo, los Nandi (Kenia) y los Nuer (Sudán/Etiopía) ha estado tradicionalmente institucionalizada la figura de “mujer-marido” que implica el matrimonio entre dos mujeres biológicas, de las cuales una asume rol masculino [4].
Por su parte, la monogamia ha estado lejos de ser el modelo único, si se mira a la humanidad en perspectiva histórica y transcultural. Incluso en aquellas sociedades que la tienen como modelo hegemónico, no suele pasar de ser un anhelo normativo que dice poco sobre la práctica.
De la misma forma, la organización de la reproducción está lejos de responder a un solo modelo derivado de la biología. Además de la adopción, las nuevas tecnologías reproductivas de la ciencia occidental son sólo versiones más recientes de las diferentes maneras en que, desde hace mucho, las culturas no occidentales han lidiado con la procreación. Entre los Nuer, por ejemplo, a las mujeres infértiles se les concede el estatus social de hombres. A partir de esto pueden, vía dote, tener acceso a una esposa la cual suele mantener relaciones sexuales con un criado designado (generalmente extranjero), siendo los hijos de esta relación reconocidos como pertenecientes a la mujer-marido [5].
Las diversas maneras de organizar la familia y el parentesco no son datos que pueden ser adscritos a una idea estática de naturaleza. Responden a circunstancias socio-económicas, culturales e históricas que varían en espacio y tiempo y que interactúan con las amplias posibilidades biológicas de los cuerpos humanos. El modelo de familia nuclear heterosexual monógama, por ejemplo, es un producto histórico específico de la modernidad occidental y cristiana y no una invariante universal “natural”. A diferencia de modelos anteriores, se caracteriza por la afirmación de la individualidad de los sujetos y la libre elección conyugal (a partir del ideal de amor romántico) y, en consonancia, se asocia a una mayor independencia de las parejas en cuanto a sus familias de origen. Esto fue posible a partir de la revolución industrial cuando las personas ya no precisaban vivir integradas a grandes grupos socioeconómico familiares para su supervivencia. La alianza entre individuos reemplaza la alianza entre linajes, modelo que había sido el fundamento del matrimonio en épocas anteriores.
Es necesario precisar que no se trata de una historia evolutiva en que la diversidad se podría explicar como una sucesión de estadíos imperfectos, necesarios para llegar a la monogamia heterosexual como etapa final y superior. La idea de una gran narrativa sobre el “progreso” de la familia a partir de modelos “primitivos” ha sido ampliamente rebatida por la evidencia histórica y socio-antropológica. Así, por ejemplo, variantes de la monogamia han aparecido en diferentes épocas históricas, tanto entre cazadores y recolectores como en sociedades complejas [6].
Si a pesar de la evidencia se quiere insistir en ver la diversidad en términos evolutivos, entonces lo que nos indica la historia reciente (cada vez menores tasas de matrimonio, mayores tasas de divorcio, mayor cantidad de hijas e hijos que nacen fuera del matrimonio, más países legalizando el matrimonio entre personas del mismo sexo, incluida la adopción) es que el siguiente paso en la historia de la familia, definitivamente, trasciende a la familia heterosexual, monógama y reproductiva como modelo único.
Lejos de tener una naturaleza fija inexorable, los seres humanos somos seres flexibles, capaces de construir modelos muy diversos de sociedad, familia y vida en común. Ojalá podamos decidirnos a construir nuestros destinos individuales y las sociedades en que vivimos desde el reconocimiento de esta diversidad, desterrando ideologías naturalistas que pudieran avalar el racismo, el machismo o la homofobia.
Sobre la autora:
Angélica Motta: Antropóloga, Doctora en Salud Colectiva. Investigadora de la Unidad de Salud, Sexualidad y Desarrollo Humano de la UPCH.
26/05/14
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Notas
[1] Referencia tomada de: Fausto-Sterling (2006). Cuerpos sexuados. Barcelona: Editorial Melusina.[2] Idid.
[3] Villanueva, Victoria (2010). El Poder en el mundo formal, entre el voto y la cuota. Lima: Movimiento Manuela Ramos.
[4] Smith, Regina (1980). “Is the Female Husband a Man? Woman/Woman Marriage Among the Nandi of Kenya” en: Ethnology. Vol. 19 pp 69-88. Cabe hacer la precisión de que hablar de “homosexualidad” y de “unión”/“matrimonio” entre personas del mismo sexo en circunstancias históricas y culturales tan diferentes significa cuestiones muy distintas a las que conocemos en nuestro contexto.
[5] Héritier Françoise (2000). A coxa de Júpiter. Reflexões sobre os novos modos de procriação. En: Revista Estudos Feministas. Vol. 8 (1) pp 98-114.
[6] Pedro Gómez García (2012). Los confines del sistema de parentesco y su evolución histórica. En: Gazeta de Antropología. 28 (1). http://www.gazeta-antropologia.es/?p=83