Matrimonio igualitario en Argentina: seis razones*
¿Por qué Argentina, entre todos los países del continente americano, fue la primera en consagrar este gran avance de los derechos LGBT?
En julio de 2010, Argentina modificó su código civil con el fin de permitir elcasamiento y la adopción por parte de gays y lesbianas, convirtiéndose en la primera nación de América Latina y la segunda en los tres cuartos más bajos del planeta, en hacerlo. ¿Por qué Argentina? No hace mucho tiempo, se conocía a la Argentina por su militarismo de tipo fascista (desde los años treinta), guerras sucias (hasta fines de los setenta), guerra absurda (contra Gran Bretaña, a inicios de los ochenta), inestabilidad macroeconómica y crisis presidenciales (hasta los años dos mil), debilidad institucional y populismos (hasta hoy en día), y por uno de los bailes con papeles de género más estereotípicos, el tango.
¿Por qué Argentina, entre todos los países del continente americano, fue la primera en consagrar este gran avance de los derechos LGBT?
En julio de 2010, Argentina modificó su código civil con el fin de permitir el casamiento y la adopción por parte de gays y lesbianas, convirtiéndose en la primera nación de América Latina y la segunda en los tres cuartos más bajos del planeta, en hacerlo. ¿Por qué Argentina? No hace mucho tiempo, se conocía a la Argentina por su militarismo de tipo fascista (desde los años treinta), guerras sucias (hasta fines de los setenta), guerra absurda (contra Gran Bretaña, a inicios de los ochenta), inestabilidad macroeconómica y crisis presidenciales (hasta los años dos mil), debilidad institucional y populismos (hasta hoy en día), y por uno de los bailes con papeles de género más estereotípicos, el tango.
Si se busca responder a la pregunta de por qué Argentina, los argumentos convencionales ayudan, pero hasta cierto punto. Sin duda, Argentina presenta muchas condiciones que, las investigaciones han mostrado, van de la mano con legislaciones pro‐gays. Tiene altos niveles de urbanización y educación (hipótesis modernizadora) así como una vibrante constelación de organizaciones de la sociedad civil (hipótesis sobre capital social / movimiento sociales), pero esto se da igualmente en muchos otros países de las Américas. Argentina tiene un partido gobernante que se presenta como de izquierda o centro‐izquierda (hipótesis partidaria), pero esto también es cierto hoy para la mayoría de los países en las Américas, incluyendo los Estados Unidos. Y tiene un gran centro urbano gay‐friendly, pero esto también sucede al menos en Brasil, México, Estados Unidos, Colombia, Uruguay, Perú y Costa Rica.
Para explicar entonces por qué “primero Argentina”, necesitamos ir más allá de los argumentos convencionales. Aquí proponemos considerar seis factores cruciales:
Primero, las/os católicos no suelen ir a la iglesia, y los evangélicos representan (aún) un número pequeño. Mucho se ha escrito sobre el hecho de que un país católico como la Argentina aprobó el matrimonio gay. Este es un punto notable ya que la iglesia católica desde 2007, especialmente bajo el actual papa, se obsesionó todavía más en bloquear el matrimonio entre personas del mismo sexo. Específicamente en Argentina, la iglesia lanzó una cruzada en contra del proyecto, incluso involucrando a niños/as de escuelas religiosas de modo tal de presionar a sus padres para que protestaran contra la ley. No obstante, un dato estadístico clave sobre Argentina no es que se trata de un país predominantemente católico (lo es), sino más bien que la asistencia a la iglesia es baja – aproximadamente 22 por ciento de la población va a la iglesia una vez por semana – y que la población evangélica es pequeña (sólo un dos por ciento). Estos datos muestran quizá una de las diferencias estructurales más importantes con Estados Unidos y México, en donde la asistencia semanal a la iglesia es alta (aproximadamente 45 por ciento) y la influencia evangélica es alta y/o creciente. También esto separa a la Argentina de Brasil, en donde la asistencia a la iglesia es media (36 por ciento) y la proporción de evangélicos es mucho más numerosa (15 por ciento), y de América Central, donde la presencia evangélica es muy grande (de 18 por ciento en Costa Rica a 40 por ciento en Guatemala). La baja asistencia a la iglesia y el bajo peso de los evangélicos ayuda a explicar la legislación pro‐LGBT porque revela el alcance de un secularismo social tanto como la relativa debilidad de la capacidad movilizadora de las iglesias. Argentina se distingue en ambos aspectos.
Segundo, la separación de iglesia y partido. No es suficiente tener la separación de iglesia y estado, como existe en muchos países de la región. Es vital tener separación de iglesia y partido. Aunque el funcionariado eclesiástico es poderoso en la Argentina, en los últimos cien años el país no ha tenido un partido confesional. No hay un partido Demócrata Cristiano poderoso como en Chile y Venezuela. No hay un partido con fuertes vínculos con el Opus Deicomo el partido gobernante en Colombia y México. No hay partido con vínculos fuertes con los grupos evangélicos como los republicanos en Estados Unidos (y, puede argumentarse, el PT de Brasil y muchos partidos en América Central y el Caribe anglosajón). Esta es una razón por la que muchos legisladores/as en Argentina, de todos los partidos, se arriesgaron a votar en contra de los púlpitos.
Tercero, el legalismo trasnacional. Se escribió mucho sobre cómo la mundialización ayuda a la promoción de los derechos LGBT. Pero Argentina muestra que hay un tipo de mundialización que es especialmente favorable, y que, mencionémoslo, escasea en Estados Unidos: el legalismo transnacional. Este término se refiere a sistemas legales nacionales que son más o menos susceptibles de evocar casos internacionales para sentar precedentes legales a nivel nacional. Mientras que la mayoría de los países latinoamericanos tienen una fuerte tradición de legalismo transnacional, Argentina es seguramente un campeón regional. Es tanto un ávido importador de normas internacionales (desde 1994, numerosos tratados internacionales de derechos humanos adquirieron estatus constitucional), y también un voluminoso exportador de normas legales, contribuyendo mediante un activo papel con organizaciones internacionales y países extranjeros al fortalecimiento de sus normas de derechos humanos y orientando por ejemplo a otros países que han establecido “comisiones de la verdad”. Así, las fuerzas pro‐LGBT de la Argentina se mostraron bastante cómodas en inspirarse en normas provenientes de fuera, incluso tomando términos y argumentos de actores cuyas luchas para obtener derechos LGBT se desarrollaron en otros lugares. Estados Unidos es bastante refractario ante dicha forma de emulación internacional. En Argentina, este tipo de emulación en cambio fortaleció a los emuladores, en parte por esta tradición argentina de legalismo transnacional.
Cuarto, los recursos legales a nivel nacional. Sería incorrecto afirmar que los grupos pro‐LGBT de Argentina abrevaron exclusivamente en fuentes externas. También se nutrieron de fuentes locales. La agenda del movimiento LGBT se determinó como parte de la agenda más amplia del feminismo, el género, la reproducción, la salud y la sexualidad. Estas cuestiones han sido parte de la agenda legislativa nacional por décadas. En este sentido, diferentes organizaciones, como la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, desarrollaron la estrategia de alentar a parejas del mismo sexo a presentarse a los registros civiles y solicitar la libreta de matrimonio, de modo tal de recibir un rechazo formal que pudiera ser cuestionado por inconstitucional. La estrategia demostró ser eficaz. Además, varios jueces respondieron positivamente y autorizaron los matrimonios, incluso sobre bases constitucionales. En menos de un año, una decena de parejas del mismo sexo se casaron de esta manera, incluso antes de que se aprobara la nueva ley. La cuestión del acceso fue definida como de igualdad ante la ley y el derecho nacional. En contraste, la iglesia católica casi manifestó orgullo en ubicarse por fuera de la ley. Su discurso hostil hacia las personas LGBT se volvió tan agresivo y discriminatorio que hasta quienes no estaban seguros acerca de las bondades morales del proyecto se incomodaron ante la extra‐constitucionalidad de la posición de la iglesia. La lección clave aquí es pues que además del legalismo transnacional, un país necesita poseer una tradición legal bien arraigada de igualdad, libertad y derechos humanos, así como un conjunto de movimientos sociales con experiencia y habilidad en hacer uso inteligente de tal tradición.
Quinto, democracia sí, democracia plebiscitaria no. Una de las mayores victorias de los grupos pro‐LGBT en Argentina fue haber evitado la trampa plebiscitaria. Los enemigos de la legislación del matrimonio igualitario en Argentina, incluyendo la iglesia católica, impulsaron un compromiso populista: someter la cuestión a voto popular. En América Latina, actualmente, el concepto de democracia participativa está nuevamente en auge. Pero los grupos LGBT y sus aliados fueron astutos en reconocer los problemas de esta forma de populismo. Someter cuestiones de derechos de minorías al voto mayoritario es inherentemente un proceso sesgado – contra el grupo minoritario, naturalmente – y es esto lo que lo vuelve antidemocrático a pesar de su fundamento en el voto popular. (Incluso como en este caso, en que las encuestas realizadas en centros urbanos mostraban porcentajes de apoyo mayoritarios a la ley). Argentina replicó entonces el recorrido de Massachusetts en los Estados Unidos, donde el matrimonio gay se aprobó primero a través de un fallo de la corte estadual y luego por voto legislativo, contra los deseos del gobernador anti‐gay Mitt Romney, quien propuso un plebiscito. Se evitó así los modelos de California y Florida, que confiaron en el voto popular, dando lugar a resultados desastrosos a pesar de que se trataban de estados en que presumiblemente la tolerancia social hacia las personas LGBT es alta.
Sexto, y por último, la presidenta preside. En última instancia, lo que hizo posible la ley fue la decisión presidencial de tomar el riesgo de apoyar el proyecto. Aun considerando el conocimiento de encuestas favorables al proyecto, este valiente acto—tan ad hoc y específico al caso argentino—quizá haya sido el más indispensable de todos. Los analistas discuten por qué en esta particular coyuntura la presidenta Cristina Fernández decidió tomar el riesgo de asumir una disputa pública con la iglesia y una posible división al interior del partido gobernante. Quizá lo hizo por la tradición peronista de confrontar abiertamente con la iglesia (al tiempo que secretamente negocia otros acuerdos). Quizá se trate de un ejemplo más de la inclinación de este gobierno por la confrontación abierta. Quizá lo hizo porque la oposición estaba fragmentada y susceptible a dividirse aun más que el bloque oficial. Quizá lo hizo porque el gobierno necesitaba recuperar su ascendiente entre las/los jóvenes y la población urbana, que la habían abandonado. Quizá adquirió, en última instancia y última hora, la convicción de principios de la rectitud del matrimonio igualitario. ¿Quién sabe? Lo que importa es que la presidenta – una mujer – asumió el riesgo. Pocos días después, se aprobó la ley, y Cristina Fernández recibió en la sede del gobierno, la Casa Rosada, por primera vez en la historia, a representantes de las organizaciones LGBT. Este gesto también fue histórico y valeroso.
En suma, el caso argentino sugiere algunas pistas para refinar el análisis sobre las condiciones de la expansión de los derechos LGBT. Es importante vivir en democracia, por supuesto, pero es más importante evitar la democracia plebiscitaria para asuntos de derechos de minorías. Es importante la separación de iglesia y estado, pero también es vital tener partidos y ciudadanos secularizados. Es importante poseer una sociedad civil fuerte, pero ésta debe poder operar en un ambiente legal favorable a los derechos humanos que esté vinculado internacionalmente y arraigado en el nivel nacional. Y finalmente, la/el líder de máximo nivel en el país debe mostrar coraje. En última instancia, el matrimonio gay es un instrumento legal que está transformando la manera en que hemos pensado la democracia en los últimos trescientos años, y sería un poco ingenuo creer que este esfuerzo puede darse sin valentía.
* Publicado originalmente en inglés en http://www.americasquarterly.org, en julio de 2010.
Sobre los autores
Javier Corrales
Profesor asociado de Amherst College. Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Harvard. Se ha especializado en analizar las reformas políticas, económicas y sociales en América Latina. Correo electrónico:jcorrales@amherst.edu
Mario Pecheny
Doctor en Ciencia Política de la Universidad de París. Investigador del CONICET con sede en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador del área de Salud y Población y del Grupo de Estudios sobre Sexualidades de dicho Instituto. Profesor de Filosofía y Ciencia Política de la UBA. Correo electrónico: mpecheny@retina.ar