¿Por qué el género asusta tanto?
Por Ximena Salazar
Hace unos días, en Canal N, durante una entrevista, a raíz de la aprobación del protocolo de aborto terapéutico, en el programa “de 6 a 9“, pudimos escuchar a Raúl Castro, presidente del PPC, mencionar que “el género es una ideología que atenta contra la familia natural”. En ese momento nos planteamos la pregunta, tal como lo hace el título de este artículo: ¿Por qué el género asusta tanto?
La frase planteada por el Sr. Castro, es una de tantas, que los sectores conservadores en la política y las iglesias han esgrimido frente a cualquier norma o política que, para éstos amenace un supuesto “estado natural” de las cosas: “es un protocolo para asesinar niños”, “esta norma atenta contra la existencia de un ‘nuevo sistema biológico’ que inicia su ciclo vital y actúa como una estructura independiente en el útero de la madre desde que se implanta en el mismo”, “no engañar a la población con un discurso poco respetuoso”, “la ideología de género atenta contra la dignidad humana”, “la ideología de género es un atentado contra la naturaleza”. Preguntamos: ¿No es esto también ideología? Pero nos preguntamos también, ¿por qué las palabras “ideología” y “género” cuando se combinan en boca de un miembro de estos sectores conservadores suenan a “infierno”, “pecado” o “fin del mundo”, y tal vez por ello calan en la población?.
El termino ideología originalmente “estudio de las ideas” y luego objeto de estudio de la “sociología del conocimiento”, quedó, erróneamente, grabado en las mentes de sectores políticamente conservadores como una palabra proveniente del marxismo. Basta recordar nada más la mención a la “ideología marxista” por parte de los gobiernos dictatoriales de Pinochet en Chile y de Videla en la Argentina. En el siglo XXI uno de los temores más grandes de estos sectores es, justamente, la libertad de expresión de las sexualidades, la equidad e igualdad entre hombres y mujeres, la educación abierta y sin discriminación, la libre decisión de las mujeres en relación a su cuerpo y su salud, entre otros. El temor a la “ideología marxista” se ha desplazado hacia el temor de la “ideología de género”, así las mismas trampas del lenguaje se reciclan y reavivan.
El artículo que hemos traducido y que presentamos a continuación, habla sobre el retroceso en el Plan Nacional de Educación del Brasil, debido a la reacción en contra de los sectores conservadores. Las grandes similitudes con nuestra realidad no llaman la atención, pero sí preocupan. ¿Estamos ante una arremetida global de los sectores conservadores?, ¿Qué debemos hacer ante ello?
A continuación el artículo del CLAM:
Los esfuerzos en la construcción de relaciones sociales igualitarias en términos de género y sexualidad, sufrieron un revés en las últimas semanas en el Brasil. Fue retirado del texto del Plan Nacional de Educación (PNE), proyecto de ley que define las directrices y metas para la educación 2020, la mención a cuestiones de género y orientación sexual. Esta eliminación constituye el efecto de la presión de los sectores religiosos conservadores que, incomodados con prácticas pluralistas que contradicen sus valores morales, han dificultado, en el ámbito de la educación, el desarrollo de políticas relativas a los derechos de las mujeres, los derechos sexuales y reproductivos; así como cualquier medida en el marco de los derechos humanos.
La importancia de discutir esas cuestiones en el ámbito de la educación se comprueba con el incremento e incidencia de crímenes homofóbicos y violencia de género en el Brasil. Estos ocurren en el contexto de una historia y una cultura construida con lenguaje machista, sexista y homofóbico que victimiza, antes que nada, en el ámbito simbólico. Las mujeres, las lesbianas, las y los transexuales, las travestis, los y las bisexuales, los gays y otros sujetos sexuales marginalizados mantienen imágenes desvalorizadas, lo cual permite un clima favorable a violencias de todo tipo. La discusión sobre género y diversidad sexual como materia de educación, significa dar un paso importante para reducir las desigualdades y la violencia que marcan un país. El ingreso de esas temáticas en la escuela enfrentó una resistencia y, eventualmente su supresión, conforme lo demuestra la entrada de esas temáticas en el movimiento que condujo a su eliminación del PNE. Los sectores religiosos conservadores instalados en el Congreso y en otros espacios políticos se han valido del crecimiento de la fe evangélica para extrapolar sus valores morales en el ámbito de las políticas de Estado. En este contexto, los grupos católicos conservadores se han sumado al movimiento para poner en marcha la ofensiva.
Si bien existe pluralidad dentro de la doctrina cristiana, la idea sobre el hombre y la mujer corresponde a un concepto rígido, formado a partir de una concepción naturalizada del individuo. A partir de allí, surgen figuras tradicionales idealizadas de hombre y mujer, cuyos géneros son comprendidos como una continuación del cuerpo biológico. En este contexto, la vida afectiva es foco de una intensa inversión moral. El arreglo conyugal involucra a hombres y mujeres – concebido como unidad reproductora natural. Cuando son colocadas en discusión propuestas nuevas que protegen otras posibilidades de arreglos afectivos y conyugales, así como identidades y prácticas de género al margen de las tradicionales, una reacción orquestada se articula contra lo que los movimientos conservadores denominan “ideología de género”.
“La retirada del tema de género y orientación sexual demuestra lo incómodo de algunos sectores religiosos, con una visión más plural de la sexualidad y el género. La sexualidad, vista y entendida como algo relativo al orden y al control ha sido agraviada; de allí la reacción. Se ha insultado algo que corresponde al orden y control. Eso explica la reacción», afirma la socióloga Amanda Mendonça, que estudia las articulaciones entre religión y educación. Durante la votación sobre el PNE en la Comisión Especial de la Cámara de Diputados, que votó el texto base, parlamentarios y activistas que presionaron por la retirada de estos temas en el texto, llevaron pancartas que decían “¡Género no!” o “no a la ideología de género”. Mostrando lo incómodo y direccionado de la posibilidad de pensarse las relaciones de género y sexualidad fuera del marco religioso; estaba previsto, en el texto original promover “la superación de las desigualdades educacionales, con énfasis en la promoción de la igualdad racial, regional, de género y orientación sexual”. Pensando políticas en ese sentido que reconocen una pluralidad de concepciones de hombre y mujer, fuera de lo tradicionalmente considerado “natural”, o de la concordancia entre género y sexo. Además de reconocer que las vivencias individuales son construidas socialmente y, por eso, pueden configurarse de muchas formas a través de las identidades. No fue eso lo que prevaleció. La redacción final acabó mencionando de manera más general: “la superación de las desigualdades educacionales con énfasis en la promoción de la ciudadanía y en la erradicación de todas las formas de discriminación. La votación de los parlamentarios contrarios a la discusión sobre género y diversidad sexual, justificaron la retirada de esos temas como una forma de enfrentamiento a la “dictadura gay”. A partir de esa línea de pensamiento cualquier iniciativa de diversidad sexual e igualdad de género es un pretexto para el “adoctrinamiento homosexual”.
Un argumento semejante estuvo en el origen de las presiones de los sectores religiosos que llevaron a la presidenta Dilma Rousseff a suspender la distribución del llamado “kit anti-homofobia” en las escuelas públicas en el 2011. La campaña traía material destinado a sensibilizar a los alumnos de la escuela secundaria en el respeto a la diversidad y al género. La ofensiva actual, por tanto, no es nueva e ilustra un contexto en el cual la educación ha sido un campo de batalla, alimentado con combustible religioso. En el 2002, el gobierno del Estado de Río de Janeiro promulgó una ley que tornó obligatoria la educación religiosa en las escuelas del Estado. Desde entonces las escuelas son obligadas a ofrecer una alternativa pedagógica a los alumnos que no se sujetan al curso de religión. Pero esta práctica ha sido diseminada sin alternativas, conforme lo recuerda la socióloga Amanda Mendonça.
Es en este contexto de aproximación entre religión y educación que, recientemente, la secretaría de Educación de Río de Janeiro distribuyó una cartilla, llamada “manual de bioética” para profesores del curso de religión (al lado una de las imágenes de la cartilla). En el material se lee que “la teoría de género sobrevalora la construcción sociocultural de la identidad sexual, oponiéndose a la naturaleza, generando un nuevo modelo familiar y una nueva organización de la sociedad”. El texto afirma además que “la maternidad es parte constitutiva de la identidad femenina”, encadenando el género al cuerpo biológico y condenando el aborto, aún en los casos de violación. La cartilla fue criticada por entidades de derechos humanos.
Medidas como esa, así como el recorte del texto en el PNE, constituyen un retroceso en el combate a la desigualdad. Cotidianamente tales desigualdades están materializadas en los crímenes por homofobia, que en el Brasil en 2011 contabilizaron 6,809 conforme a la Secretaría de los Derechos Humanos de la Presidencia; y en la violencia de género, donde cada día 15 mujeres son asesinadas y sufren diversas formas de discriminación. Esa preocupación es compartida por los parlamentarios especialistas que apuntan a la infancia como el momento central en la formación de representaciones prejuiciosas; preocupación que ha sido llevada a la práctica en otros países, como Alemania, donde el abordaje de la temática de género y diversidad sexual es una política educacional, en una cartilla distribuida en las escuelas que habla sobre la relación entre personas del mismo sexo, con lenguaje inclusivo, sin prejuicios y abierta a las diferencias.
Sin necesariamente asociar estos tipos de violencia a causas religiosas, es importante no perder de vista el contexto político y social en que las mismas son generadas. Por eso, parlamentarios comprometidos con los derechos humanos lamentaron el recorte en el texto del PNE, recordando el papel fundamental de la escuela en la superación de los prejuicios y estigmas. “Tenemos un conflicto evidente: religión y educación. La escuela es el espacio fundamental de socialización y de diseminación de valores y concepciones morales. De allí se entiende el porqué de la incomodidad que la versión original del PNE despierta: representa un desafío a un orden de género y sexual regido por la disciplina y el control. Por eso, la preocupación en afirmar el terreno en la política educacional. Lamentablemente, el texto aprobado es un retroceso, pues no contribuye a una educación reflexiva e inclusiva”, afirma la socióloga Amanda Mendonça.
(07/07/2014).
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