Reflexiones sobre el fútbol a propósito del Mundial Brasil 2014

Por Ximena Salazar
Este domingo concluyó, en Brasil, el Mundial de Fútbol 2014. No haremos un recuento de quién ganó o quién perdió en esta contienda, que ha tenido a, por lo menos, la mitad de la humanidad en vilo. Pero sí nos interesa reflexionar[Esta nota ha sido elaborada tomando como referencia los siguientes artículos:
Duran González, Javier, Jiménez Martín, Pedro Jesús. Fútbol y Racismo: un problema científico y social RICYDE. Revista Internacional de Ciencias del Deporte [en linea] 2006, II (abril): [Fecha de consulta: 13 de julio de 2014] Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=71000305> ISSN 1885-3137
Cabello, Antonio Martín y García Manso, Almudena. Construyendo la masculinidad: fútbol, violencia e identidad; RIPS, ISSN 1577-239X. ..| Vol. 10, núm. 2, 2011, 73-95. Disponible en:http://www.usc.es/revistas/index.php/rips/article/view/828. Fecha de Consulta: 13 de julio de 2014 []] sobre este mundial como escenario social en el que, además de goles, faltas, árbitros e hinchas, también se manifiestan numerosas expresiones simbólicas.
El “deporte rey”, ha sido estudiado por la sociología europea principalmente, a partir de los años 50. Este último autor, por ejemplo, parte del rol del deporte en relación al “proceso civilizatorio”, que alude a la reglamentación de la conducta durante la modernidad. El fútbol no escapó a esta reglamentación, asumiéndosele como uno de los modos de encauzar formas violentas y caóticas de expresión de las emociones y de fomento de la cohesión social, a fin de generar un “ser humano civilizado”. Frente a esta visión idealizada, el deporte ha servido para sublimar la violencia, pero no para desaparecerla. El futbol puede ser a la vez una fuente de integración social o, por el contrario, un medio de discriminación racial, de homofobia y de expresión de la violencia.
El fútbol, dentro de la amplia gama de deportes colectivos, ha sido considerado históricamente como un deporte “de hombres”; es decir como el deporte emblemático de la masculinidad hegemónica, cuyas representaciones se generan y mantienen individualmente y en las diferentes instituciones sociales. Raewyn Connell (2003)[Connell, Raewyn. (2003). Masculinidades. México: Universidad Autónoma de México[]] distingue tres esferas de poder íntimamente relacionadas con la masculinidad: a) las prácticas productivas que se corresponden a la división sexual del trabajo, b) las prácticas de poder ligadas a las acciones que hacen posible la subordinación de las mujeres y c) la adquisición de una posición de dominio por parte de los varones, que incluye toda acción relacionada con los vínculos emotivos y el deseo sexual socialmente estructurado. A esos componentes de poder y acción se les incorporan otros elementos fundamentales como la clase social, la raza, el género, entre otros.
Los hombres –en la mayor parte de las culturas patriarcales occidentales – han sido socializados con rasgos comunes que se han constituido en referentes deseables de la masculinidad hegemónica. Además estos rasgos han sido identificados con la vida pública, la producción, el trabajo productivo y la manutención de la familia, el poder sobre el cuerpo, la fuerza física, la virilidad y la seducción, entre otras características que la masculinidad ha legitimado. Así, la masculinidad se puede definir cómo la posición en las relaciones de género y en las prácticas, por las cuales hombres y mujeres se comprometen con una posición de género que produce efectos en la experiencia corporal, en la personalidad, en la cultura y en las relaciones de poder. Relaciones que se establecen en función de todo aquel que sea adscrito a un “otro femenino”. Además, dentro de la conformación de la masculinidad hegemónica destaca la constitución de espacios de identificación. En estos espacios se producen rituales, intercambios de bienes simbólicos que van a configurar modelos de masculinidad y formas de relación homosociales.
Desde el momento en que el fútbol es considerado como un deporte exclusivamente “de hombres” se constituye en un escenario social de construcción de lo masculino; donde se expresan, tanto en jugadores, como en espectadores, los rasgos más característicos de la masculinidad hegemónica. El fútbol se erige como uno de esos escenarios construidos con el propósito de devolver a la masculinidad su espacio de hegemonía. La práctica futbolística posibilita la manifestación de aspectos propios de este tipo de masculinidad –el culto al cuerpo, el ejercicio de poder, la constitución de grupos de pares con normas, rituales, competencia y “medición” con el otro, además de la heterosexualidad compulsiva. En cuanto a las formas específicas de manifestar las emociones, podemos resaltar dos formas interesantes: a) la cancha de fútbol es uno de los pocos escenarios en los que a los hombres se les está perdonado llorar – cuando se pierde o se gana –, y tocarse, sobre todo cuando se gana.
De esta manera, el fútbol se transforma en un laboratorio de la masculinidad relacionado con la heterosexualidad, la autoridad y la fuerza. El fútbol es inculcado a los niños desde muy pequeños a modo de ritual de iniciación: la pelota, la camiseta del equipo preferido, la visita al estadio y los partidos. El ámbito del fútbol como campo de cultivo de la identidad hegemónica es fecundo y exitoso. En el fútbol se hallan modelos a imitar, paradigmas y estilos de vida a seguir.
Su relación con la violencia, entonces, es intrínseca. La ira y la agresión colectivas estallan de diversas formas, incorporando el racismo y la homofobia, como dos de sus características, donde el rival o el “otro” (entrenador, contrincante, hincha del otro equipo, o simplemente cualquier personas que se encuentre en su camino) se le niega la condición de humano, transformándose en objeto de violencia – recordemos a María Paola Vargas Ortiz, joven contadora, quien murió arrojada desde una coaster por miembros de las barras bravas, o el asesinato de Walter Oyarce en manos de hinchas del equipo contrario.
El mecanismo de género en el fútbol es binario y se construye en negación de un “otro”, lo cual constituye una construcción en base a la exclusión de todos aquellos que no responden a determinadas expectativas. En este sentido el fútbol se materializa en un número aún reducido de mujeres que asisten a la cancha por ejemplo. El binarismo en el fútbol no solamente es de género, es sexual, racial, étnico y socio-económico.
Así por ejemplo, hace un tiempo, en el estadio de Huancayo, un grupo de hinchas del Real Garcilaso durante un partido contra el Cruzeiro de Brasil por la copa Libertadores, se dedicaron a hacer sonidos simiescos, cuando el jugador Tinga (del Cruzeiro) dominaba la pelota. La noticia dio la vuelta al mundo y por unos días el Perú fue blanco de la vergüenza global. El Real Garcilaso fue sancionado, dado el repudio masivo en los medios de comunicación y las redes sociales; pero fuera de ello nada más sucedió. Meses más tarde la situación volvió a repetirse: Luis Advíncula del Sporting Cristal fue nuevamente víctima de insultos y agresiones por hinchas del León de Huánuco.
Por otra parte, el racismo, el machismo y la homofobia son características intrínsecas de la violencia, tanto para desconcentrar al equipo rival, como por la frustración que genera una potencial derrota. Es conocido también que, muchas veces, durante los entrenamientos se manifiestan la homofobia y el racismo para infundir la motivación de vencer al equipo rival. Todas estas hacen parte de las formas de expresión de la masculinidad hegemónica.
En relación a la homosexualidad masculina, ésta ha quedado excluida del perfil futbolístico público –un futbolista no puede reconocer su homosexualidad públicamente– mientras se encuentre activo en las canchas. Porque de hacerlo, quedaría dañado el paradigma de la masculinidad hegemónica. Ese mismo heterosexismo está presente en el lenguaje verbal y corporal de jugadores y espectadores. El sexismo en la cultura del fútbol trasciende el estadio proyectándose en todo aquello que tiene que ver este deporte; a saber: la publicidad, los comentaristas, las noticias y las narraciones deportivas.
Durante este mundial hemos visto actos simbólicos de masculinidad por miles: celebración de goles, enfrentamientos, tarjetas amarillas, insultos a árbitros, conflictos entre jugadores, anécdotas de futbolistas emblemáticos, hinchas molestos, desilusionados, alegres o eufóricos. Pero lo que más ha dado que hablar es el 7 a 0 que Alemania le hizo a Brasil la semana pasada en el Estadio Mineirao de Belo Horizonte. Una nación entera “humillada” en sus fibras más íntimas, porque el equipo brasilero no respondió de acuerdo a las expectativas. Los comentarios iban en relación a un antes y un después del 7 a 0 en la sociedad brasilera. Las expresiones de estupor, pero también de violencia se manifestaron en las calles. La masculinidad hegemónica había sido herida ¿de muerte?, no lo creemos.
Los vínculos entre el fútbol, la masculinidad hegemónica, la violencia, el racismo y la homofobia son profundos. La masculinidad hegemónica ha encontrado un espacio de existencia y reproducción, reproducción adaptada a los tiempos. Ojalá que en su transformación, el fútbol pueda romper sus formas de reproducir la masculinidad e ingresar a una nueva forma de incluir la diversidad y eliminar la violencia.
Sobre la autora:
Ximena Salazar es Antropóloga y se desempeña como investigadora en la Unidad de Salud Sexual y Desarrollo Humano de la UPCH y en el Instituto de Estudios en Salud y Desarrollo Humano (IESSDEH).
(15/07/14)
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