Sobre el Colectivo Universitario por la Disidencia Sexual (CUDS)
El Colectivo Universitario por la Disidencia Sexual (CUDS) de Chile se dio a conocer en tierras rioplatenses [la entrevista [1] fue realizada en Buenos Aires por una investigadora argentina] por esas azarosas circulaciones de libros sin política editorial mercantilizada. Su compilación “Por un feminismo sin mujeres” cayó como del cielo y nos atravesó por su descaro, su impunidad, pero ante todo, por su apuesta sólida y situada que golpea la importación de saberes y el encantamiento que producen ciertos popes de la teoría Queer. También, desde este lado del Atlántico vimos alucinadas las fotos de fetos punks y banderas naranjas flameando en el interior de la Catedral de Santiago. Ese feto tan tironeado, a veces borrado y otras con estatuto de persona, gracias a la CUDS, ahora viene a reclamar su derecho a no nacer. Algunos integrantes de la CUDS, Cristian Cabello, Felipe Rivas y Jorge Díaz vinieron a Buenos Aires, se pusieron en diálogo con varios movimientos de activismo sexual universitario argentino: Micro-políticas de la Desobediencia Sexual en el Arte, Grupo de Teoría Queer, Antroposex y Debates contemporáneos de la Teoría Feminista. Intercambiamos videos, performances e investigaciones. Se pensaron las trayectorias colectivamente y caminado entre las calles finitas de San Telmo, entre empanadas y cerveza, mi grabador chino se atrevió a registrar algunas precisiones.
¿Qué es la CUDS?
Somos un colectivo universitario que esta repensado las cuestiones de representación política de la sexualidad contemporánea en un contexto conservador como Chile. No somos un grupo de personas con identidades sexuales particulares, sino un colectivo que interrumpe el imaginario sexual y neoliberal a través de ficciones e intervenciones. La emergencia del trabajo con la sexualidad disidente es muy importante en un contexto donde la política (homo) sexual siempre estuvo limitada por la lógica de los pactos y las negociaciones, de la “democracia en la medida de lo posible”, ese paradigma de los ‘90. Por eso cuando apareció la CUDS en 2002 nos resultaba extremadamente aburrido seguir haciendo lo mismo, continuar administrando el fracaso de la política homosexual chilena. Por eso nuestro activismo es situado, sin respeto y fuera de todo consenso.
¿Cómo trabajan?
Lo que hemos venido haciendo de manera muy desprejuiciada es buscar metodologías de activismo que nos resulten productivas, que nos afecten, nos impliquen y que disfrutemos. Entendemos el activismo como una práctica de placer. Hemos establecido una relación entre práctica política, reflexión crítica y experimentalismo estético, confluyendo en el activismo artístico. Eso nos ha permitido salir de esa lógica programática de la política tradicional y abrirnos a una práctica más situada, no lineal ni partidista, aunque sí con un posicionamiento desde las izquierda(s) más críticas.
Eso ha sido muy enriquecedor para la CUDS: darse la posibilidad de no tener un programa e ir constantemente mutando de acuerdo a los contextos.
¿Cuál es la historia de la CUDS?
La CUDS parte de un espacio político que se armó en el contexto de algunos partidos de izquierda en el año 2001 que tenían como objetivo insertar las demandas de la diversidad sexual. Algunas personas empezamos a militar en ese espacio. Cuando se empezó a diluir decidimos armar un referente de activismo en la universidad que no existía en Chile.
Pasamos por el marxismo, el anarquismo, el discurso feminista, el queer, y la localización cuir, la resistencia a ese mismo discurso, los efectos colonialistas de la circulación de saberes Norte-Sur. Lo que sí ha habido siempre en la CUDS es un deseo de disidencia, un deseo de desobediencia sexual y representacional.
¿Cómo se posiciona la CUDS respecto de los movimientos gay locales?
El movimiento gay actual en Chile tiene una lógica extremadamente higiénica y blanca. En Chile la marcha gay tiene la categoría de desfile, ni siquiera tiene la politicidad de una marcha: es un paseo.
Por eso siempre nos ha parecido interesante intervenir también esos espacios de manera mucho más crítica y proponer temas como “el derecho a no nacer” (la irrupción del aborto en una manifestación gay), o “las rubias del bicentenario” (en relación con los festejos de los doscientos años de la independencia en chile).
El problema de la política actual gay es que lo único que le preocupa son los homosexuales. Por eso nosotros insistimos en hablar de disidencia sexual y no de diversidad sexual. Cuando el colectivo comenzó a posicionarse en la Disidencia Sexual y a densificar ese término como un lugar político, quisimos delimitar un campo de trabajo distinto: nuestro activismo no surge de una identidad sino del posicionamiento crítico a los poderes sexuales y económicos. No busca la integración, el respeto o la tolerancia, objetivos propios del discurso multiculturalista de la diversidad.
En Argentina el matrimonio igualitario fue aprobado en el 2010 ¿Cómo está el debate en Chile?
El matrimonio igualitario y la unión civil son la hegemonía de la agenda gay mundial. No estamos en contra del matrimonio igualitario, porque el lugar del “en contra” ya está ocupado por los conservadores y reaccionarios. Más bien, nos interesan otras cosas.
De todos modos es muy extraño que en Chile, habiendo un acuerdo generalizado con la Ley de unión civil desde los partidos políticos de izquierda hasta los de extrema derecha la ley no salga. Eso habla de la productividad electoral que tiene. Es la plusvalía gay. Lo gay tiene esa plusvalía actualmente, sirve electoralmente como la administración de una eterna promesa con la que todos están de acuerdo, pero que al mismo tiempo no presenta ninguna “urgencia”.
Para nosotros es muy importante ocupar el lugar del aborto, un lugar que es absolutamente abyecto dentro de la política gay y dentro de la política nacional misma. El lugar crítico hoy día para pensar la política sexual en Chile es el aborto. De alguna manera, hace sentido que la disidencia sexual y los nuevos feminismos estemos ocupados en esto, un asunto que puede ser viejo pero que tiene una posibilidad muy actual, post-humana, visual y ecográfica.
¿De qué se trata la campaña del aborto que están activando? ¿Cómo los modificó?
En nuestra campaña salimos a la calle a juntar dinero para financiar un aborto. Se intentó proponer una ficción en el espacio público chileno con una estética desobediente que emulaba una campaña de solidaridad, de esas tan asistenciales.
A partir de la campaña del aborto dejamos de ser coordinadora para pasar a ser colectivo porque agrupamos diferentes cuerpos: lesbianas, maricas, hetero-disidentes, prostitutos, etc. Pero sobre todo fue importante dejar de ser coordinadora para borrar la criminalización de la policía que buscaba un grupo organizado con cabecillas: visibilizarnos así fue más que nada una estrategia política para prevenir la represión policial.
También a partir de nuestra campaña del aborto empezamos a realizar alianzas con grupos feministas y con otros activistas de corte más Queer en Santiago. También ciertos académicos escribieron apoyando a la CUDS por el proceso de judicialización en el que estamos implicados todos los grupos que nos organizamos y participamos en la marcha “yo aborto el 25”.
¿Y cómo fue la recepción de la campaña? ¿Qué críticas recibieron?
Una crítica feminista tradicional a las estrategias que se utilizaron en la primera marcha por el aborto en Chile -que detonó en la irrupción anárquica a la Catedral de Santiago- es la utilización de un lenguaje no formalista. Por ejemplo, “I <3 aborto” entre las feministas tradicionales es un problema, porque para ellas hay que seguir trabajando en lo serio del lenguaje, desde una perspectiva ciudadana, como un problema de mucho sufrimiento que hay que abordarlo con cuidado. Eso es super peligroso porque estás reificando la figura de la víctima que es lo que intentamos cuestionar. El feminismo más tradicional sigue insistiendo en una lógica mucho más anuladora, tranquilizadora: bacheletista.
Sin embargo, la primera marcha por el aborto en Chile tuvo mucha convocatoria, justamente, a partir de los otros feminismos más lúdicos, con estéticas desbordadas que amplían las categorías de género, edad, raza, etc.
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